Con este texto y fotografías, concluye el trabajo de campo por Los Pueblos del Tren, proyecto fotográfico apoyado por el Programa de Estímulos para la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA), en el que tuve la oportunidad de viajar a ocho poblados de paso, alcanzados por la vieja línea del ferrocarril Durango – Tepehuanes.
A lo largo de ocho meses de producción he sido testigo de las profundas necesidades sociales que existen en las zonas rurales del noroeste de Durango, donde los pueblos sobre la carretera o lejos de ella, claman por la escucha, la visibilidad y pertenencia a esta sola tierra. En los pueblos del tren, hay muchas historias a las cuales poner atención, conocimiento colectivo, creencias y relatos que construyen con fuerza y mudez la identidad de las tierras del distantes del norte.
Ha sido pues, el ferrocarril el gran pretexto para ahondar en esta cultura dispersa, áspera pero que nos ha dotado de raíces para crecer y pertenecer a esta tierra seca, más compleja y espinosa.

San Nicolás de Presidios
Es una pequeña comunidad perteneciente al municipio de Tepehuanes, construida sobre el lomerío y junto al río, a la sombra y horizonte de una gran Cerro Chato que se divisa desde cualquier punto del lugar. Ahí, el tren no pasaba callado ni lejos, se detenía en la cercanía, el terraplén que traza una muralla frente al pueblo anunciaba su llegada y con él, la gente, el relajo y las aventuras de otras tierras.
Recuerdan los señores del lugar que el cine llegaba al pueblo con el tren, cada semana el señor Manuel Martínez llevaban proyecciones de cine a donde acudía toda la gente a mirar. El cine pasajero era una ventana a otras emociones que hoy se reducen a la televisión abierta o satelital. Se sobreentiende pues, que la convivencia entre vecinos gracias a un espectáculo como el cine definía otros momentos en la vida del pueblo.

