TIEMPO DE LECTURA: 3 MINUTOS
Salir un sábado, muy temprano con bolsas y rastrillo para intentar emprender acción sobre un problema creciente, que llega a donde toca la humanidad, era necesario intentarlo para poder hablar con sustento. Las riberas del Río Santiago, en tiempo de estiaje se han convertido en estanques, que acorde a la primavera, lucen coloridos por los envoltorios arrojados sin más. El problema, justo hasta ese momento parecía fácil de tratar.
Dos horas fueron necesarias para limpiar una pequeña área de de río y ribera, donde la basura se acumulaba entre la hierba, pero de manera más grave oculta en el agua, a simple vista imperceptible. Cuando se camina sobre el caudal uno se da cuenta que los estanques que se forman en las orillas o el color oscuro del agua no son parte natural del río, pues debajo hay plásticos de todo tipo obstruyendo el paso al agua.
Entre los objetos hallados en el río, había neumáticos, aparatos electrónicos, pañales, bolsas plástico, envoltorios, alimentos no perecederos, zapatos, juguetes, irónicamente filtros purificadores, y toda clase de cosas. Y en cada arroyo donde hay camino o casas el paisaje se repite, por cierto, de alguna manera todos los riachuelos desembocan en el Río, y ambos alimentan los mantos acuíferos, de donde se extrae el agua limpia que bebemos.
Aun cuando se crea que el problema no es tan grave, cuando parezca, superficialmente, que el Río Santiago está limpio. Aun cuando se emprendan campañas de limpieza y foto
grafías para justificarse, el problema no va a desaparecer.
La suciedad en la vertiente más importante del municipio es un reflejo de nuestra actualidad, y un retrato a detalle del santiaguero y del límite de pensamiento y consciencia que pareciera predominar. Es un tema cultural que nos deja ver más aspectos de nuestro pueblo, por encima del hedor y la enfermedad.